La noche ya es profunda. El marco de la ventana retrata unas
montañas bajo un cielo azabache sin luna. Mi mirada impenetrable se alza hacia
el pico más alto. La mente divaga entre el humo azul de un cigarro. El corazón
que sufre demasiado vuela libre. La dignidad cada vez más herida desea ver
galopar lentamente sobre los lomos de una jaca a un salvador, un líder, un
bandolero. Alguien que de agua a los sedientos y esperanza a los desesperados.
Sin embargo, la inmensidad marrón continúa impertérrita y el cigarro ya no es
más que ceniza. Mis labios entreabiertos susurran algo, mientras mis pestañas
gimen desengaños.
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