Espasmos solitarios en medio de la noche le gritan que salga a
la calle. Como una loba que aulla desde el punto más alto. Un animal en celo
que en la barra de un tugurio humedece sus labios con whisky, los moja tanto
como el epicentro de su cuerpo. La loba escruta con mirada de felina a cada
hombre. Los recorre despacio como si de su lengua se tratase. Sus manos
juguetean con su falda. Sus dedos están armados de largas uñas pálidas y sus
labios brillan de rojo carmesí. Desprende una esencia que no se vende en
tiendas. Su olor derrocha sexo y ganas de más. Se alarga y se detiene, se
expande.
En una esquina unos ojos pardos no dejan de mirarla. Copa en
mano se endereza y camina firme hacia él. No hay palabras que puedan retar a
una mirada, ni miradas que puedan rebotar en las paredes de un bar. Un palmo de
distancia entre el primer botón de su camisa y un escote desbordante. Dos bocas
palpitantes se buscan en la infinidad de la nada. Una explosión reinventa el
cuerpo de ambos. Siempre le gustó jugar a excitar. Su cuerpo expresaba más que
sus palabras. Necesidad de sacar la lengua, húmeda y traviesa. Y el bar que se
les quedó corto y el ardor subía y bajaba.
Madre noche que sabe guardar cualquier secreto. Callejones sin
más luz que dos fijos ojos de gato. Coches preparados para ser suites
improvisadas, donde clavarse objetos siempre fue un reto. Y un vestido
demasiado fino y un pantalón demasiado estrecho. Y unos ojos inyectos de
pasión. Y manos ágiles dispuestas a no tener compasión. Mezcla homogénea de
cuerpos. Larga ventura hasta encontrar el fin. Besos repletos de sin sentido y
gemidos capaces de transportarlos directamente al tártaro. Necesidad de
agarrarla con firmeza mientras agujas se clavan y deslizan por una espalda
eterna.
Clamor de ángeles elevarse al cielo. Espasmos continuos y
constantes. Chillidos que no dejan sordo a nadie, sino que incendian bocas
desesperadas. Desenfreno que desespera y a la vez mantiene la espera. Ojos que
se cierran y abren en busca de ver su rostro desencajado. Su sonrisa malévola
en cada roce. Rapidez de movimientos, prisas, ansias y silencio. Su desnudez se
mueve impúdica en busca del revuelto de ropa. Alcanza de un pequeño bolso un
paquete de tabaco. Se acomoda en el sillón y cruza las piernas con la gracia
que solo pueden tener las Damas de Noche. Ofrece tabaco, él rechaza y se
comienza a vestir. Ella expulsa el humo con parsimonia mirando el brillo azul y
el fulgor del fuego destruyendo y convertido en ceniza.
Bajan del habitáculo que a penas minutos antes los había visto
convertirse en un lazo en llamas. Susurra un hasta luego y se aleja dejando
atrás a un hombre más. Convencida de que ya no tiene que aullar más camina
envuelta de noche y oscuridad. Sabe que el tiempo pasa, que la normalidad no se
hizo para ella. Conoce bien a la soledad. En el fondo sabe que nunca habrá nada
más. Que amores imposibles la dejaron hace mucho de llamar. Siempre quiso
alcanzar lo que suyo no era y se le fue escapando entre los dedos. Hasta convencerse
de que tan solo la noche podía ser su mejor marido, y que en la noche
encontraba también a su mejor amante.
María García
@Libertad_gg
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