La noche lo inunda todo y quizás es por eso por
lo que mi percepción es tan aguda, a horas en las que nuestros sentidos son sin
duda el mejor arma para luchar contra la realidad. Sentada, esperando algo
trascendental y común siento como se llena mi pecho de aire y poco a poco de
presión se inundan mis pulmones y mi garganta aguanta un nudo demasiado pesado
para aguantarlo a estas horas del alba. Solo es aire, pienso. Aire con
fragancia, pero aire. Pero en ese momento importó más el olor que la materia.
Tan inestable y a la vez tan profundo a cada inhalación mi cuerpo se tensaba
más y más al no soportar ese aire que de recuerdos me embriagaba, pues quizás
no era el olor en sí sino la historia pasada la que generaba la tensión. Sin
duda ha sido un trayecto en el que los sentidos se han agudizado al máximo y la
mente, que muy a menudo se acostumbra a determinadas cosas, me confundía y
ligaba pensamientos que ya de nada valen y a nada conducen.
Sentir.
A través de cualquier cosa es posible mantener
esa sensación de contacto que por medio de las cinco virtudes somos capaces de
crear, producir sentimientos. Y no sé sí seré yo, sí mi cuerpo y mi mente es
capaz de encontrar en la nada un todo y en el todo pequeños placeres y
sufrimientos. Sentada, quieta y en silencio he percibido sin ver mil imágenes
de deseo; sin tocar he acariciado despacio un rostro y más tarde una espalda;
sin abrir la boca si quiera he sentido la humedad de unos labios en mi piel;
sin oír he escuchado una voz que recitaba palabras sin maldad; y todo esto
sentí a través de un olor. De tu olor, del de otros, tal vez.
Sentir.
Cuando mi edad aun era escasa mis manos, la yema
de mis dedos con solo un toque concluía si mi madre o mi tía me abrazaban al
dormir. Antes ya mi mente conocía el olor de ambas, por lo tanto solo con rozar
la piel sacaba una rápida conclusión. Son sentidos, nada que conste que rece en
algún sitio, son parte de lo inmaterial. De la nada. Sin embargo, en mi vida
siempre han representado tanto o más que las cosas materiales, la constancia de
estás da más temor que la volubilidad de lo que no se puede agarrar, pero
existe.
Sentir.
María García
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