sábado, 27 de octubre de 2012

¿Dónde dejamos olvidada la razón?





La realidad se nos escapa de las manos como si de agua se tratara. Nadamos en un mar de propaganda cuya intención es vaciar las mentes de sentido crítico para conseguir un único fin: el consumo.

Sentir la necesidad de que un icono proporciona la felicidad mientras los pequeños detalles de la vida pasan sin apreciarlos. Las marcas determinan a las personas como en la antigüedad lo hacía la profesión o el matrimonio. La falsa apariencia que otorgan ante la galería. Un estatus social hipócrita y descontextualizado en un mundo globalizado en el que niños africanos visten camisetas raídas con la publicidad estadounidense o europea estampada.

Nos sentimos protagonistas en un atentado propagandístico propiciado por la infinidad de la difusión. Nos explota ante los ojos desde que alzamos la vista al despertarnos. A diario se pierde la percepción de la sencillez, lo minimalista, en cuyo fondo reside la esencia. El sendero por el que transcurre nuestra vida se distorsiona, se torna inestable, a la mínima separación con el “Estado de la marca”. Se aprecia la pérdida de la razón originada por el consumismo extremo, sus objetivos taladran nuestras mentes hasta lograr la finalidad, comprar. Sin necesidad, casi siempre, pero comprar. Adquirir, pelear por adscribirte a esa imagen y a su vez ella a la imagen propia. En una palabra: aparentar.

Demasiados objetos e hipocresía en un mundo tan vacío de valores. Montañas de cosas que de nada valen, porque perdimos la razón y nos hemos quedado vacíos. Dejamos de creer en los pensamientos, en analizar lo que nos sucede. El mundo de las ideas no solo reside en las aulas o en los libros. Vendimos el alma del cuerpo, lo profundo no se cotiza en bolsa a pesar de su abstracción. Aferrarse a la marca corporativa que lejos de tendernos la mano nos oprime el seso manipulando nuestras acciones. Un factor más que encauza vidas en una sociedad sin razón con la resignación como base social imperante.