domingo, 26 de mayo de 2013

Nubes de incertidumbre





La historia de España es como la morcilla de mi pueblo.

Se hace con sangre, y se repite.

Ángel González


Echo de menos encontrar la voz del pueblo. Ansío escuchar palabras que me acerquen a mi tierra, y es que mi tierra parece ser la vergüenza de muchos. Cansa el falso elitismo con el que todos intentan pavonearse. Cuesta entender el por qué disfrazarse de lo que uno no es, la carencia de rasgos propios que se desechan para adaptarnos a un modelo social que no es el nuestro. El reclamo de historias ajenas y lejanas, mientras en nuestro perímetro se chapotea en un lodazal nauseabundo. Podría achacarse a la novedad, a la atracción por lo desconocido, pero, ¿cómo vamos a valorar a otros sino nos conocemos a nosotros mismos?

Navegamos rumbo al sin sentido, a la pérdida en la ignorancia más irritante. Se auguran días en los que los bomberos dejen de apagar fuegos para empezar a hacer hogueras con libros, así como lo aventuró Orwell. Atados a los hilos de la educación al desconocimiento nos mueven haciéndonos pensar en la importancia de lo absurdo y la desconsideración de lo relevante. El poder de las máquinas hipnotiza las mentes sin más remedio que caer fulminante bajo su yugo. ¿Qué habrá en el alma de una persona que aprende antes a teclear que a leer? Las nefastas consecuencias comienzan a proliferar en estos días grises en los que nadie se acuerda del pasado.

Los días dorados se tornaron de un tono ceniza apesadumbrado. Poco queda del ayer ficticio que nos vendieron. Ahora, ya en el peldaño más bajo de la escalera, el pueblo maldice a los que los tumbaron sin remedio. Nadie pareció darse cuenta de la locura en la que se vivió, fue tal la distorsión que nos acostumbramos a palparla hasta tal punto que la llegamos a amar.  Quién iba a pensar que lo que sube, también baja. Acostumbrados a crecer sin transiciones que hicieran pensar en el rumbo de la vida, acostumbrados ahora a acatar una vida construida con retazos del pasado. Nadie escuchaba a los viejos, quién recordaba cuando alababan las alacenas llenas y ahora poco o nada, como en aquel ayer en blanco y negro.

Las facilidades han forzado nuestro no pensar. Se ha apostado por la rapidez, la imitación y las pocas ganas de trabajar. Se ha pisoteado el esfuerzo y las ansias de progreso. Han vomitado sobre los valores, el civismo y el respeto. Se ha callado la boca de nuestros mayores evitando escuchar los ciclos de los tiempos. Desorientados por dar tantas vueltas en el laberinto de la manipulación, hoy como ayer no sabemos a dónde vamos ni de dónde venimos. Se siguen prometiendo sueños enlatados, seguimos prometiéndonos que todo ira bien. Sin embargo, nada cambiará y solo algunos, los más fuertes, los que tengan templanza y paciencia, aquellos cuyos miedos los empujen al razonamiento, esos serán los que en nuestro particular territorio comanche sean merecedores de alzar la voz.

María García García
Al filo del la media noche un veinticinco de mayo de dos mil trece.