"La
voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras
pudiera yo decir ahora», pronunció August Spies segundos antes de que el nudo
apretara la soga y su cuerpo resbalara hasta quedar balanceándose con el
terrible baile de la muerte. Georg Engel, tipógrafo; Adolf Fischer,
periodista; Albert Parsons, periodista;
y Louis Lingg, carpintero, encontraron el mismo sino. Al ritmo de la Marsellesa
los hombres fueron encaminados hacia la horca la madrugada del 11 de noviembre
de 1887. Una de las causas de la muerte de los cinco anarquistas fue el
asesinato de un policía en la revuelta de Haymarket. Sin embargo, el asesinato
fue causado por el propio jefe de la policía. Todo fue un boicot para acabar
con los activistas, que reivindicaban derechos laborales, como la reducción de
jornada a ocho horas.
El
crimen de Chicago supuso una de las primeras acciones mortales que se
utilizaron para infundir el miedo en los trabajadores. El miedo hoy corre por
las venas sin control ni solución.
Huelgas
en las que se luchó por un presente mejor, más aun por un futuro decente. A
pesar de los golpes, de las muertes, de los encarcelamientos. A pesar de todo y
de todos se luchó por trabajar. En la actualidad, hay poco que contar dadas las
cifras de paro, el desempleo juvenil y un sin fin de estadísticas que se
precipitan por el abismo oscuro de las listas del INEM. No obstante, hay que
añadir las nuevas reformas realizadas por el Gobierno que nos afectan desde el
ámbito laboral hasta el personal, pasando por el moral. Pronto las huelgas serán
penadas, el derecho a reivindicar cambios se asociará con el terrorismo y las
ansias de progresos quedarán reducidas a calabozos llenos de ciudadanos, de
trabajadores. Desde 1812 se proclama como derecho fundamental el trabajo, ese
que se nos niega hoy, el mismo que se adjudica a dedo, el que nos hace
merecedores de un sueldo. Principalmente el que se extingue y nos deja
pendientes de un hilo.
Hoy,
día 1 de mayo de 2012 celebramos el Día Internacional de los Trabajadores,
aprobado en 1889 en París, para homenajear y reivindicar el derecho al trabajo
tal y como lo hicieron los Mártires de Chicago. Pero, esta celebración en la
actualidad se ha convertido en una utópica ilusión pues el trabajo es un bien
escaso que queda fuera del alcance de una mayoría más amplia de lo que debería.
Viendo como los sindicatos juegan con el pueblo, como los Gobiernos en contra
de ampliar sus esfuerzos por crear empleo, lo destruyen y se amenaza con coartar
las libertades individuales, queda totalmente desvirtuado este día. Ante este
panorama más de un español en lugar de desear descansar como festivo que es,
deseará emprender el día para ir a trabajar. Ya que hoy “celebramos” algo que
nuestros gobernantes están degradando. Deberíamos plantearnos proponer un
cambio de nombre y en vez de ser el Día de San José Obrero, ser el Día del
Pobre en cueros.
Las
palabras de August Spies resonaron en una parte del futuro que ya cuenta como
pasado, en la actualidad habría que modificar el viejo lema comunista y
transformarlo en ¡Trabajadores de todos
los países, uníos!
María
García
Libertad_gg