Si tuviera que pensar en el
sector que más sufre los efectos de los poderes dominantes, siempre pensaría en
la infancia. La población civil engloba a otros grupos débiles, pero, en mi
opinión, son los niños los que se alzan en la cúspide del horror. Desde antes
de nacer ya se les ofrece un “futuro”, que les determina en función del papel
que ocupen sus familias en el conflicto.
En medio de una guerra, ¿qué es
un niño? O bien, carne de cañón o francotirador precoz. Pocos se salen de esa
vulgar clasificación de la que difícilmente se puede escapar. Es triste que en
un conflicto bélico en vez de dar a luz hijos de la paz se alimente a nietos de
Marte. Pues de eso se trata, continuar la lucha que enriquece a unos pocos y
masacra a los pueblos. Si al menos se luchara bajo un fin… ¿Existe algún fin
que supere tal desesperanza? Pero los objetivos en guerras de hermanos, como
son las civiles, en muchos casos no son más que conflictos creados por el yugo
de occidente o por las ambiciosas escusas del que se nombra cabecilla de un
pueblo, un buen ejemplo podría ser la actuación de Laurent Gbago, expresidente de Costa de Marfil.
Pensar en África supone imaginar
desde fuera los conflictos que se postergan a través del tiempo, esos que no
ocupan páginas en los periódicos, esos que son sustituidos por las políticas
americanas. Los hechos no cambian, las perspectivas de informar sobre ellos van
a peor. Los diarios generalistas ignoran la presencia de una realidad que a
pocos interesa, sale cara y no presenta demasiados modificantes. En tiempos de
crisis dónde se apuesta por informaciones facilonas y poco costosas, los
corresponsales se ven enjaulados en las redacciones. Lejos quedaron aquellos
días dónde se abordaban los hechos in situ, la cercanía de unos ojos que te
cuentan más de lo que cabe en las páginas, esto traducido a la mentalidad
capitalista supone profesionales que cobran por un trabajo eficaz y
sacrificado. En último término son costes económicos que a día de hoy no se
pueden o no se quieren sufragar. Se trata de una economía de mercado a bajo
coste y máximo esfuerzo. Quizás no estamos tan lejos de África en algunos
aspectos.
El papel de los medios de
comunicación es determinante en la sociedad, la amplitud de estos supone que
los sucesos lleguen a todo el mundo. Es curioso cómo a medida que el desarrollo
tecnológico se incrementa, la información de desvalúa. A la inversa de lo que
se esperaba. Cuesta pensar que hace veinte años los frentes se conocieran con
mayor exactitud y en la actualidad, a
pesar del aluvión de posibilidades para transmitir, no se les da a penas
espacio en la sección de Internacional.
Llama tremendamente la atención
el pensamiento que en los países subdesarrollados tiene la infancia, sobre
todo, del resto del mundo. Creo que el siguiente fragmento extraído de la
experiencia profesional del fotoperiodista Gervasio Sánchez lo indica a la
perfección.
* [“Un día un
niño en Morazán me preguntó con qué país estaba en guerra el mío, y al
responderle que con ninguno, me dijo extrañado ¿y cómo es un país sin guerra?”]
Quiero terminar con una frase que
repetía a menudo un buen profesor mío, decía: “Tenemos que estar agradecidos a
quién consideró que naciéramos en está parte del mundo, porque tal vez su
elección sobre nosotros por un momento fue la contraria”.
La cara oculta se hereda, es casi
genética. La historia no debería perdonar a los vencedores de este mundo, sino
aleccionarlos y hacerlos vivir de igual forma. La madre Tierra debería ser más
jueza y menos espectadora.
* Extraído del artículo sobre
Gervasio Sánchez del periódico El País. Más información: http://cultura.elpais.com/cultura/2012/03/06/actualidad/1331035501_667269.html
María García
Libertad_gg